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Ahora no le queda más que ver la vida desde un pedestal; en realidad, siempre fue así, pero el sitio donde está hoy es distinto, quienes lo rodean son distintos. El bosque ahora es de cristal y a Tláloc sólo le toca ver. Está ahí sin que muchos lo noten; su único consuelo es que, cuando llora, no hay quien no se entere de su presencia.