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Protegido por el silencio y por sus libros, el narrador de Los ojos del perro siberiano regresa a Buenos Aires. En el pasado, la muerte de su hermano Ezequiel le develó el desamor de su propia familia. Pero ahora la abuela también ha muerto y él tiene una promesa por cumplir: cuidar del perro en cuyos ojos Ezequiel logró mirarse hasta el final.