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La investigación científica es, sin duda, una especie de vida religiosa, casi un estilo de santidad: exige a quienes se entregan a ella un encendido amor por la verdad, que no se da fácilmente a los hombres, porque nada fácil es digno de ser amado, sino que reclama sacrificios incontables, humildad, paciencia, y una generosidad de todos los días y de todas las horas.